Corrían los años 70. Hugo y yo recorríamos la ciudad en bicicleta con diferentes fines. Ese día visitábamos casas antiguas buscando un local para el movimiento judío en el que militábamos. Quizás habían prometido enviarnos plata, cosa que seguramente nunca se concretaría. No sé como verían los vendedores a dos adolescentes de unos 15 años interesados por propiedades millonarias. Lo cierto es que habíamos marcado la página de clasificados del diario e íbamos haciendo escalas en las direcciones donde habíamos concertado citas con las inmobiliarias.