lunes, 22 de agosto de 2011

Investigar la investigación para comunicar la ciencia con la sociedad.

¿A mí me la vas a contar?[1]. No hay política transformadora exitosa en ciencia y tecnología sin cambio en la escala de valores que mueve a los científicos de carne y hueso en su trabajo cotidiano.
El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva viene impulsando una política orientada a que los científicos vuelquen a la sociedad los conocimientos que generan usando los  recursos del Estado. Su propuesta es insertar científicos en empresas o motivar a los científicos para que desarrollen  conocimientos aplicados en términos de tecnologías o productos vendibles en el mercado.  La ecuación a la que se apuesta pareciera ser: ciencia de alto nivel internacional implica desarrollo de productos con altos componentes tecnológicos que contribuyan a que la Argentina deje de ser sólo un país exportador de materias primas con poco valor agregado. Pero la respuesta del sistema  científico es pobre y pocos investigadores dedican parte de su tiempo a ocuparse de estas cuestiones. ¿Que es lo que ocurre?
  Se supone al sistema científico, al conjunto social y a la producción tecnológica como compartimientos estancos que deben comunicarse entre sí.  Pero la forma que debe asumir esta comunicación es lo que justamente está en cuestión, que ciencia hacer, como hacerla y para quienes. Con científicos encerrados en sus laboratorios tratando de producir ciencia de punta, ya sea para conseguir ocupar lugares de relevancia, o simplemente para poder sobrevivir en el sistema científico, tal comunicación es una utopía. Se trata de investigar a la investigación, analizar espacios de inserción sociales, buscar nichos de producción tecnológica, esto es un trabajo en sí mismo no es un espacio vacío a la espera de ser llenado.
La investigación en términos más o menos tradicionales que da como resultados conocimientos científicos básicos o potencialmente aplicables que se publican en revistas internacionales es un camino conocido por muchos científicos argentinos. No es un camino fácil, requiere muchos años de estudio y de trabajo continuo, de intercambio con científicos de países científicamente más avanzados, viajes y discusiones. Pero es un camino más o menos trazado. Sin embargo, el intercambio de la ciencia con la sociedad es un terreno casi virgen que requiere de investigación y de experimentación continua. No necesariamente la receta que funcionó (o así pareciera que lo hizo) en algunos países centrales es aplicable al nuestro. Se requiere de humildad y de capacidad para analizar y escuchar las necesidades, se requiere de una actitud diferente de la que asumen  algunos científicos. Pero sobre todo se requiere que la comunidad científica valore los esfuerzos que se realicen en esa dirección y no solo premie al investigador que publica muchos trabajos en revistas prestigiosas o dirige muchos estudiantes, o a aquel cuyos trabajos tengan muchas citas.
A partir de la crisis global del país en 2001 se produjo en el ámbito de investigación donde trabajo una crisis interna de valoraciones. Algunos de nosotros salimos a buscar alternativas, nos replanteamos objetivos y formas de trabajo cotidianas. Formamos, por ejemplo, un grupo de docentes y alumnos que íbamos los fines de semana a trabajar en una villa miseria de la ciudad con chicos en situación de pobreza extrema. Intentamos hacer experiencias científicas  con material descartable. La idea era generar un ámbito de contención para esos chicos, transmitiendo nuestra pasión por la ciencia. Los problemas que se presentaban eran evidentemente complejos y requerían de un trabajo de investigación bien diferente del acostumbrado por nosotros. Muchos de nosotros debimos dejar de concurrir por cuestiones personales o por falta de tiempo. El proyecto fue continuado y rediseñado algún tiempo después por una docente-investigadora aunque por supuesto fuera de ámbito académico.
Intentamos también espacios de divulgación científica creando una revista virtual o yendo a diferentes medios de comunicación. También nos acercamos a los ámbitos educativos tratando de promover una visión dinámica de la enseñanza de las ciencias, desacralizada y des formalizada. Motivando la curiosidad científica mediante experimentos. Rompiendo las barreras entre investigadores y alumnos, mostrando a la ciencia como una actividad humana. Con pruebas y errores, con aprendizaje continuo. Alguna de estas actividades fue continuada por docentes e investigadores en sus tiempos  libres. Pero, en lo que conozco, no forma parte de programas de investigación, ni juega prácticamente ningún rol en la valoración de la actividad de los investigadores que la realizan.
Estos ejemplos son solo relatos de experiencias aisladas que no pretenden ninguna respuesta global a la cuestión de que ciencia hacer. Son simplemente experiencias para buscar elementos que nos permitan pensar en una visión diferente para la construcción de una política científica. Una política desde abajo hacia arriba, desde lo micro, desde lo de todos los días. Porque si, parafraseando al filosofo francés Michel Foucault, pensamos que el poder está en los detalles,  tenemos que reconstruir la cotidianeidad científica para avanzar en una política alternativa. Reanalizar el sentido de nuestro accionar, cuando dictamos una clase, cuando organizamos un seminario o un congreso, cuando definimos una temática para formar alumnos.
Propongo entonces, construir política científica desde lo micro. Subvirtiendo el orden de valoración en que nos hemos formado. Reanalizando el sentido de nuestro accionar en cada paso. Discutiendo grupalmente hacia donde avanzar.
Me parece que una alternativa para construir  política científica podría ser la de repensar la cuestión de cómo hacemos ciencia, como formulamos un proyecto de investigación, como podríamos plantearlo con otros objetivos, menos individuales por ejemplo. Creo que si todo el énfasis se pone en esperar direccionamientos estatales se corren varios riesgos. Uno es que esperar es una actitud pasiva que puede esconder cierta autocomplacencia, o conveniencia. Dos, es que estos direccionamientos, sirvan sólo para maquillar líneas de investigación predefinidas a priori. Y finalmente, el riesgo de cambiar una zanahoria por otra y pasar por ejemplo, de los papers a las patentes o a los contratos como mecanismo de prestigio sin haber discutido en el medio la actitud del científico, su inserción social, su cómo y su para que de la ciencia que hace.
               



[1] Titulo de los celebres monólogos radiales que leyó Enrique Santos Discépolo por radio en la década del 50.

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